Cuestión de talento (Nosotros no nos comprometemos)
No parece tarea sencilla la de definir a un pueblo, a sus habitantes, al carácter de éstos, menos aún si para hacerlo hemos de tomar como referencia una obra literaria cuyos personajes y contexto se sitúan a miles de kilómetros, y algunas décadas, del pueblo en cuestión. Lo que uno percibió, el pasado viernes, 2 de julio, en la representación que el grupo de teatro “El Molino” llevó a cabo en Cehegín, tiene que ver, en buena medida, con ese primer enunciado. “Dios, una comedia”, es el título de la obra representada; Woody Allen, autor a quien todos creemos conocer, el autor de la misma; “El Molino”, o mejor, quien lo dirige, fue el encargado de realizar tan extraña extrapolación; los actores de “El Molino”, ejecutores que dieron forma al experimento. Esa combinación de elementos, a priori, tan dispares, obtuvo el beneplácito de los congregados para el evento: la representación, una vez más, colmó las expectativas de un público que fielmente acude cuando los chicos y chicas de El Molino anuncian un nuevo estreno. El rango de edades, del elenco que nos hizo reír a mandíbula batiente, es amplio, sin embargo, el espíritu que prevalece, cada vez que tengo la fortuna de verles actuar, es un espíritu muy joven, tanto en las formas de representar sus obras, como en el fondo de esos últimos mensajes que nos acompañan cuando abandonamos el teatro. Y es que, con las obras de El Molino, me ocurre aquello que otros muchos dicen sentir cuando una obra de teatro, cine, o cualquier otra manifestación escénica, les deja prendados por unos días, durante los cuales, nuestra visión de la cotidianidad se ve influida por esas dos memorables y reconfortantes horas. Las de “Dios, una comedia”, que nos regalaron estos maestros de la escena, cuando escribo, tres días después de su representación, tras haber contrastado mis opiniones con las de otras personas que asistieron a la misma, me reafirman en una idea elemental: el talento no requiere finanzas de por medio, ni anuncios propagandísticos, ni Periódico de Cehegín que les dé cobertura, el talento se manifiesta del único modo que puede hacerlo, en estado puro.
A punto de terminar, me doy cuenta de que, antes de empezar a escribir, puse título a este escrito: “Nosotros no nos comprometemos”, acabo de relegarlo a un segundo plano. Claro, se trataba de definir a un pueblo, tesitura que me prendió y de la cual surge este escrito; las voces a coro de los actores aún resuenan, allí donde pueden hacerlo, en mis tímpanos: por un par de veces, durante el desarrollo de la obra, emitieron esas cuatro palabras, grabadas se me quedaron. Pero éstas, desgraciadamente, no me son ajenas, está uno demasiado acostumbrado a escucharlas en éste mi pueblo, el pueblo de mis padres, de mis abuelos, el pueblo de mis hijos, que ojala, un día, alcance a entender que hay vida más allá de las lisonjas, más allá del autobombo, más allá de la condescendencia y del avasallamiento. Entre tanto, mientras Cehegín despierta de su letargo, nos queda “El Molino”.
Santos López Giménez